Para el asesino es muy fácil acceder al edificio
mimetizándose en el tumulto que forma a la entrada del arco de seguridad un
grupo de escolares que acuden a una visita guiada por el museo que ocupa la
planta 23.
Escoge un ascensor cualquiera y aprieta sobre la botonera
con la palma de la mano… se enciende la lucecita del piso 36. Al salir toma el
pasillo de la izquierda, por ejemplo, y se para frente en el primer baño que
encuentra… ¿hombres o mujeres?... el de hombres estará vacío. Entra y se oculta
en la oscuridad.
Poco después, la puerta se abre y entra un altísimo
ejecutivo directo al lavabo. El psicópata empuja con un pie la puerta
cerrándola de golpe y, punzón en alto, se abalanza sobre el desconocido cosiéndole
a aguijonazos la espalda y los riñones, éste se gira tratando de defenderse. El
desenvuelto agresor salta y atraviesa la cabeza del sorprendido hombre clavando
la punta del arma en la parte inferior del mentón, y la empuja con fuerza hasta
hacer chocar el mango contra su paladar.
Se lava las manos y la cara, guarda el punzón en su estuche y
cubre su camiseta ensangrentada con una sudadera.
Ya en el hall, despliega la más radiante de sus sonrisas al
llegar a la mujer del puesto de seguridad. El arco pita al atravesarlo. Se detiene
por un instante. Ella sonríe y hace un gesto con la cabeza indicándole que
continúe.
Ha sido igual de sencillo salir, ¿quién podría sospechar de
un niño?
2 comentarios:
Todavía trato de recuperarme Ojode gato. Has tocado un tema muy peliagudo, los niños asesinos. ES un micro durísimo, maldad pura escondida en dentro de tierna carcasa. Este asesino hará grandes cosas. Un saludo.
Esa es la ventaja de ser un niño killer, ¿quién va a sospechar? Buen final.
Besitos
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