lunes, 14 de noviembre de 2011

La coartada perfecta


Para el asesino es muy fácil acceder al edificio mimetizándose en el tumulto que forma a la entrada del arco de seguridad un grupo de escolares que acuden a una visita guiada por el museo que ocupa la planta 23.
Escoge un ascensor cualquiera y aprieta sobre la botonera con la palma de la mano… se enciende la lucecita del piso 36. Al salir toma el pasillo de la izquierda, por ejemplo, y se para frente en el primer baño que encuentra… ¿hombres o mujeres?... el de hombres estará vacío. Entra y se oculta en la oscuridad.
Poco después, la puerta se abre y entra un altísimo ejecutivo directo al lavabo. El psicópata empuja con un pie la puerta cerrándola de golpe y, punzón en alto, se abalanza sobre el desconocido cosiéndole a aguijonazos la espalda y los riñones, éste se gira tratando de defenderse. El desenvuelto agresor salta y atraviesa la cabeza del sorprendido hombre clavando la punta del arma en la parte inferior del mentón, y la empuja con fuerza hasta hacer chocar el mango contra su paladar.
Se lava las manos y la cara, guarda el punzón en su estuche y cubre su camiseta ensangrentada con una sudadera.
Ya en el hall, despliega la más radiante de sus sonrisas al llegar a la mujer del puesto de seguridad. El arco pita al atravesarlo. Se detiene por un instante. Ella sonríe y hace un gesto con la cabeza indicándole que continúe.
Ha sido igual de sencillo salir, ¿quién podría sospechar de un niño?

2 comentarios:

Mar Horno dijo...

Todavía trato de recuperarme Ojode gato. Has tocado un tema muy peliagudo, los niños asesinos. ES un micro durísimo, maldad pura escondida en dentro de tierna carcasa. Este asesino hará grandes cosas. Un saludo.

Elysa dijo...

Esa es la ventaja de ser un niño killer, ¿quién va a sospechar? Buen final.

Besitos