Bueno, Marisa, aquí estamos. El anciano tomó asiento en el improvisado banco que formaban unas
rocas al borde del acantilado, abrazando la pequeña urna fúnebre. Esto sigue
tan bonito como siempre. ¿Cuántos años han pasado... cuarenta, cincuenta?
¿Recuerdas cuando llegaste al pueblo desde Madrid? Fui el primer muchacho que
te hizo caso, y ya no hubo forma de que te separases de mi lado. Perseguías mi
bicicleta cuando íbamos hacia el colegio. Ya de jóvenes, no dejabas que ninguna
moza bailase en la plaza conmigo excepto tú. Después de casarnos, aprendiste a
manejar el horno para trabajar conmigo en la panadería, y hasta hace dos días
fuiste mi inseparable compañera en las partidas de dominó. Se levantó y se
acercó al borde de las rocas. Desenroscó la tapa de la urna, y la volcó dejando
su contenido a merced de la brisa. Adiós, mi vida.
La ceniza trazó una
extraña espiral en su caída y, arrastrada por el viento, ascendió pared arriba
estrellándose en la cara del viejo. Tiró el tarro a un lado y se llevó las
manos a los ojos gritando: ¡Por Dios, mujer! ¡¿Es que ni muerta me vas a dar un
respiro?!
5 comentarios:
jejej, al ver el acantilado pensé que iba a saltar con ella... pero el final es mucho más actual ;-)
Estupendo. Abrazos
Me iba a echar a llorar pero por suerte ese final me ha vuelto a levantar el ánimo. Él no la va a echar de menos.
Jejeje. Me encanta el humor de muchos de tus micros.
Jajaja, molestando incluso después del final...
Besitos
Jejeje, ni muerta le deja tranquilo...Me ha encantado.
Besos desde el aire
Publicar un comentario