Echa, de hiedra, una
ramita enrollada para que sus presas puedan posarse y no se amontonen en el
fondo del tarro. Se incorpora dispuesto a marcharse, pero al levantar la mirada
descubre frente a él a un extraño.
-¡Está prohibido
cazar en esta reserva! -espeta el corpulento guardabosques al furtivo señalando
el arma del delito-. ¿Sabes lo mucho que cuesta mantener el equilibrio entre las
especies de la zona? -uno de sus ojos parpadea sin parar y su frente, crispada,
enrojece por momentos-. Cualquier alteración puede desestabilizar este hábitat.
Atrapa al chico con
su monstruosa mano cubriéndole la cara con la palma y, elevándolo varios palmos
del suelo, ahoga el grito que alertaría a las personas que disfrutan de la
siesta en el cercano merendero, o a las que se bañan en el río, o a los
excursionistas que fotografían setas, o a la pareja que escala en el
acantilado. Lo mantiene así largo rato, privando de aire los pulmones del
muchacho con la misma técnica que utiliza para asfixiar los conejos cuando
éstos exceden en número la población preestablecida.
De una de las manos
del niño resbala el cazamariposas, de la otra el frasco que, al chocar contra
el suelo, estalla en mil pedazos dejando libres a los preciados insectos. Tiñendo
con su tornado de color, aquella soleada tarde de verano.
Menuda carrera: I Carrera verde
No sé si he sido muy lento o los demás equipos han corrido mucho (y bien). Espero no llegar demasiado tarde.
He cogido el testigo de Diana Narváez con su araña en bici y ahora se lo entrego a Raquel (Piel de retales) que nos sorprenderá, seguro, con una fantástica fotografía.