Jugaba sola frente al establecimiento, corría calle arriba
y abajo armada con una pistola de plástico y un sombrero de cowboy, simulando
disparar a sus imaginarios enemigos usando los coches como parapeto.
Cuando llegó la hora de cerrar y ya el último de los
clientes había abandonado la tienda, la niña tocó el timbre de la puerta del
comercio. El dependiente pulsó el botón y liberó el cierre para que la
sonriente muchacha entrase.
-Hola -saludó examinando con la mirada el interior del
local-, ¿está aquí mi madre?
-No, aquí no hay nadie más que yo... -y comprendió-. ¿Te
has perdido? No te preocupes, llamamos a la policía y localizamos a tus papás
en un momento.
Un inquietante “clic” hizo que el dependiente levantase la
mirada del teclado del teléfono. La pequeña lo estaba encañonando con la
pistola.
-No vamos a llamar a nadie, pedazo de gilipollas -aseguró
la minúscula bandida-. Ves esto. Tienes dos minutos para llenarla... y como
hagas algo raro te vuelo la cabeza.
Y estrelló en plena cara del joyero una mochila rosa de
Hello Kitty.